jueves, 30 de septiembre de 2010

Efímero

Me propuse reflexionar sobre lo que había ocurrido durante los últimos meses. La verdad es que todo había pasado tan rápido, que no caí en varios detalles que ahora rondaban en mi cabeza.

La vida me había cambiado de la noche a la mañana, y todo a mi alrededor seguía girando, sin detenerse.

Encendí el ordenador y puse algo de música, abrí el frigorífico, y encontré una botella de vino tinto que no recuerdo cuándo había comprado y me serví un vasito, generoso. Con el vaso en la mano, fui al baño y llené la bañera con agua caliente, ¡dios mío! Hacía tanto que no tomaba un baño así que casi había olvidado lo bien que me sentaba.

Traté de relajarme y vaya si lo conseguí; tanto, que ya no me apetecía pensar.
Andrés Calamaro sonaba de fondo y tarareé con él una de mis canciones preferidas.

El alcohol comenzaba a recorrer mis venas y noté esa sensación de cansancio en las piernas, pero me gustaba esa sensación.

Pasaron al menos 35 minutos hasta que salí de la bañera, la piel de mis manos se había hinchado y se percibían claramente cada una de las líneas que formaban mis huellas dactilares.

Con el cuerpo aún húmedo, y rodeada de dos toallas, me senté en el sofá y abrí mi libreta de notas. Estaba dispuesta a escribir un sinfín de pensamientos, sensaciones y confesiones, como una adolescente relatando a su diario qué la pasaba por la cabeza, a fin y al cabo, esa era la única manera de mantener mis secretos a salvo, la única manera de que mis dos yo pudieran conversar entre si. ¿Acaso estaba loca?

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